domingo, 6 de enero de 2013

Containers

En mitad de aquel aparente desierto se intuía una frenética actividad reciente. Frené de golpe a mi grupo, venía descontrolado, con los ojos en espirales y con despavoridas arrugas en la mirada. Levantad la vista, les dije. No era zona desértica. Cómo llegamos allí, no lo sabemos, pero la periferia de aquel descampado estaba cubierta por enormes dunas de arena, sólidamente cohesionadas por hierbajos de distintas longitudes. Se deshizo la luz cegadora del supuesto desierto cuando mi grupo al completo levantó la cabeza, al unísono, haciéndome sentir director de una tétrica y misteriosa sinfónica. Supe que estaban en mis manos, parecía que estábamos en el lecho siniestro de un lago seco. Uuuum, dije mientras sellaba mi ojo en un enorme montón de arena horadado por algún ser inteligente. Un humano tal vez, pensé poco convencido. Esperad, les decía mientras me acercaba con pausa y cuidado hacia el hueco. Ajá, por aquí podemos huir. En ese momento no sabía quién diablos nos perseguía, quizás asesinos, ladrones, valquirias, zombis, no teníamos la menor idea. En cualquier caso ellos nos pisaban los pies. Lo que era seguro es que mi grupo estaba aterrado.Tras el hueco llegamos a una estepa en la que el sol ya se estaba ocultando. Dos militares. Salvaguardias, los supuse erróneamente y mi grupo confió en mi decisión. Por aquí, decía uno, mientras el otro nos habría una verdosa puerta metálica. Venid, les dije a todos. Entonces, solo entonces, comprendí lo grave de mi responsabilidad, tenía en mi custodia medio centenar de personas. Cuando entramos pudimos cerciorarnos de que aquello era un container, un contenedor similar a la de los puertos fluvliales de proporciones exageradas. Inabarcables a los ojos. En el interior había luces escondidas que daban al habitáculo una luminosidad matinal. No podemos quedarnos aquí, grité mientras mi grupo jaleaba de alegría porque pensaba que los había salvado. Aquello era una ratonera, íbamos a morir si ellos venían. Estaban cerca y si entraban el fin estaba asegurado. Mi grupo lo ignoraba. Hubo suerte, frente a la pared por donde habíamos accedido se hallaba otra puerta, de las mismas características. En esta ocasión no me dejaron decir nada, adivinaron mis intenciones. Nada más abrir, todos accedieron al container adosado. Y allí nos vimos, cincuenta personas en un contáiner que tenía un ancho como el anterior, en cuanto a la profundidad, un solo metro. No sé cómo pudimos hacerlo, pero todos estábamos apretados en aquel lugar. La puerta desapareció, posiblemente nuestros propios cuerpos la taparon, es lo que me hice creer para no reconocer que estaban ocurriendo cosas muy raras. A oscuras y mi grupo emitiendo aullidos de terror. Conseguí que se callaran, no preguntéis como, solo pensé en que necesitaba silencio y todos se callaron. Dejadme andar. Iba palpando las paredes del container, en mis manos notaba claramente la típica estructura de un container, anchas líneas para adentro y otras similares para afuera. Una fatiga aliviadora le hizo entender a mi raciocinio que había encontrado una grieta, ¿sería otra puerta? Lo era, pero el picaporte parecía una trampa, estaba casi tocando el suelo. Qué suerte, susurró uno de mi grupo, cuando la puerta se comenzó a abrir hacia fuera. Un pequeño haz de luz iluminó nuestro pasillo-contenedor, y delante de nosotros apareció una casa perfectamente equipada.

La esperanza nos llenó los pulmones de aire. Mi grupo tomó la casa con rapidez, aunque no fui capaz de calcular el número de habitaciones debería haber un par de decenas. Se distribuyeron con rapidez pero no sabían que ellos seguían buscándonos, mi sistema linfático sentía cierta inquietud agorera. Ya era de día, las ventanas daban, ahora sí, a un inmenso desierto. Ni rastro de los container, se habían esfumado. Mi grupo no era consciente de tanta anomalía. Pronto aparecieron, a ráfagas, helicópteros y máquinas de guerra desconocidas para mi. Eran ellos, nos habían encontrado. Cada vez que uno se paraba delante de una ventana le decía a mi grupo que no se moviera, una silueta cambiando de posición nos delataría. Cuando había momentos en que no veíamos actividad exterior bajábamos una ventana con rapidez para no ser descubiertos. Se escuchaban ruidos, arañazos, golpes en la parte externa. El silencio de mi grupo, sus miradas consultivas, el nerviosismo en el vaivén de sus manos, todo me lo hizo entender, mi grupo empezó a sentir debilidad por el éxodo tremendo que habíamos emprendido. Mi responsabilidad para con ellos no podía dejarlos en la estacada así que, guiado por no sé qué instinto ancestral, subí unas oscuras escaleras hacia la buhardilla. Allí estaban, quesos de todos los tipos, queso azul, de bola, de cabra, perdí la cuenta cuando vi jamón, muchas patas de jamón curado. El reparto fue equitativo, educado, organizado. Se encargaron dos cabecillas de mi grupo mientras yo, sin probar bocado, examinaba el piso superior. Cuando ellos llenaban su estómago supe que estábamos perdidos. Fue un cuarto de baño del piso superior el que me lo dejó claro. Allí había una puerta hacia el exterior. No entendía nada, si habíamos subido cómo el cuarto de baño podía tener una puerta a la calle. La vivienda parecía un cuadro de Escher, comencé a correr de una habitación a otra, al sótano, al primer piso. En todos se repetía el esquema, una puerta de entrada a la habitación desde el pasillo y una puerta cerrada hacia el exterior de la casa. Estábamos perdidos, la casa tenía demasiadas puertas, cómo no pudimos darnos cuenta. Peor fue cuando quise mirar por la mirilla de una de las puertas: estaba instalada al revés. Los arañazos, los golpes, los ruidos extraños durante la últimas horas eran evidentes. Estábamos siendo vigilados. Qué ignorante era mi grupo sobre la situación, comían sin saber que acababa de descubrir que en cada puerta no había una sola mirilla, en una de las puertas llegue a contabilizar hasta 7 mirillas. Íbamos a morir pronto.

Me senté abatido en un sofá del salón y mi grupo me rodeó, evidentemente notaron mi rendición. Mientras lloraban las decenas de puertas de la casa cayeron al unísono, cientos de helicópteros rodearon la casa, miles de militares montaron en segundos el campamento base, parecia una avanzadilla. Se dirigieron a mí los que parecía los jefes. Tenemos que repartir esto, me dijeron. En mi libreta cada página representaba un día. Cada día un objetivo, cada objetivo soportado en una dura lista de actividades de aprendizaje. No había vuelta atrás. Elección, tampoco. Habíamos sido atrapados. Ellos nos convertirían en máquinas de matar.


El valle de la muerte, EEUU. Fuente propia: http://www.flickr.com/photos/eumafeag/7780067878/

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